Si algo nos está enseñando la pandemia del coronavirus, que estamos soportando, es que lo más importante, para todas las personas, es la vida, “nuestra vida”. Es lo que más nos preocupa y más nos interesa a todos en este momento. La vida es lo más preciado y maravilloso que Dios nos ha regalado. Todo lo demás, en todas las situaciones, pasa a un segundo término.
Pues bien, viendo la realidad desde esta perspectiva quien más se interesó por la vida de las personas y más se dedicó a cuidarla fue Jesús de Nazaret, tal como nos lo presenta el Evangelio. Lo primero, para Él, fue siempre aliviar y remediar el sufrimiento de los enfermos, de los pobres, de los más desamparados de este mundo, aunque esto implicara quebrantar algunas normas y obligaciones que imponían las autoridades de aquel entonces.
Jesús es nuestra esperanza, “está vivo y nos quiere vivos. Él está en ti, en mí y en cada uno, está con nosotros y nunca nos abandona. Cuando nos sentimos invadidos por la tristeza, los miedos, las dudas o la situación de incertidumbre que estamos viviendo, Él está allí para devolvernos la fuerza, la ilusión y las ganas de vivir con esperanza” 1 . Por tanto, estamos llamados a salir de nuestras pequeñas zonas de seguridad y tratar de construir una gran fraternidad universal solidarizándonos unos con otros y sobre todo con aquellos que son más vulnerables, nuestros hermanos, los pobres.
Tratemos de ser, en término del Papa Juan XXIII, profetas de esperanza y no de calamidad en este tiempo especial que nos toca vivir. Se nos pide que nos quedemos en casa, hagamos de ella un lugar maravilloso, un lugar de paz y de amor. Que el Señor nos convierta en un instrumento de paz y de esperanza en esta cuarentena. Demos amor y transmitamos paz a nuestro entorno.
1 Cf. FRANCISCO, Exhortación apostólica Chistus Vivit. Vive Cristo esperanza nuestra, San Esteba,
Salamanca, 3