Nuestro colegio forma parte de la familia dominicana, una familia que nace en el siglo XIII cuando Domingo de Guzmán reúne a unos hermanos para “contemplar y dar a otros el fruto de lo contemplado”. En la familia compartimos el carisma común de la Predicación. Esta familia dominicana, familia particular y unida en el seno de la gran familia cristiana, no ha sido creada para ella misma, sino para que esté al servicio de la Iglesia en su misión en el mundo. Las ramas de la familia dominicana son múltiples: frailes, monjas, congregaciones de hermanas, seglares en fraternidades, grupos de jóvenes, institutos seculares y sacerdotes seculares en fraternidad. «Cada una tiene su carácter propio, su autonomía. Sin embargo todas participan del carisma de Santo Domingo, comparten entre ellas una vocación única de ser predicadores en la Iglesia» (Capítulo de México, 1992).
«Predicar en este tiempo es compartir la vida, la esperanza y la promesa que palpitan en el mundo de los otros. Predicar en este mundo es caminar en la frontera entre compartir la vida de todos ellos y compartir la promesa de la salvación, llevándoles la Buena Nueva de Jesucristo y descubriendo que Él ya ha ido a Galilea antes que nosotros». (Actas Capítulo General Cracovia nº 50.)
La predicación tiene como objetivo anunciar al Dios que nos mira bondadosamente y nos ama y también ayudar a experimentar esa mirada bondadosa y ese amor salvífico de Dios a toda persona, a toda la humanidad, a toda la creación. Se trata de transmitir, con la mayor fidelidad posible, la mirada de Dios una vez asimilada por la propia experiencia personal.
La orden dominicana tiene una experiencia de 800 años de un modelo de vida democrático, de escucha, de diálogo, de toma de decisiones colectivas y de compartir responsabilidades. Nosotros somos responsables de la marcha armoniosa de la comunidad. Esta se encuentra constantemente en construcción a partir de las debilidades de cada uno. Reunidos para llevar adelante un proyecto común en la comunidad, y formando “un solo corazón y una sola alma” en Dios, nos vemos impulsados a construir juntos, aun cuando tengamos opiniones y actitudes diversas. Esto es posible únicamente porque Cristo, centro de nuestra vida comunitaria, constituye nuestra unidad.
Como comunidad elegimos vivir juntos la aventura intelectual del estudio sin fin, el encuentro con la Palabra de Dios, la exigencia de la verdad, la disciplina de un cuestionamiento a plantear y a percibir, y la pasión de comprender. El estudio no tiene como fin principal hacer de nosotros especialistas en filosofía, en teología, en las distintas ciencias. Tiende a manifestar el sentido de las cosas y del mundo, del hombre y de las situaciones humanas, del plan de Dios en la historia. El estudio, para los dominicos, tendrá mucho que ver con el esfuerzo de “saber mirar” para “saber vivir”, despertando en cada persona su capacidad para admirarse de todo aquello que configura la existencia.
Hay todavía otro aspecto que es muy dominicano, el de la dimensión contemplativa. Santo Tomás lo expresa como «Contemplar, y dar a los demás los frutos de esa contemplación». Es la dimensión que hace de toda persona dominica alma orante, reflexiva, meditativa, profunda. El momento más significativo de esa actitud contemplativa se encuentra en la oración: encuentro, diálogo de amor y de autoconocimiento personal; de verdad entre el ser humano y su Dios… Encuentro que abraza a la persona y a la comunidad de personas. Esta oración en dominicano se traduce en la oración personal, meditativa o silenciosa que debe acompañar nuestra jornada y en la oración comunitaria que es oración celebrativa.