Queridas Familias, Alumnos, Docentes, Maestros y Funcionarios de nuestra Comunidad educativa Jesús ha resucitado y vive en ti, en mí y en cada uno de nosotros. Verdaderamente ha resucitado para darnos Vida plena y en abundancia llenando de esperanza nuestra existencia en estos tiempos difíciles que estamos atravesando a causa del Coronavirus. Por eso, es importante que creamos y confiemos en el Espíritu del Resucitado, Señor y dador de Vida.
Ante la pandemia, la comunidad cristiana nos llama a la esperanza y mira la situación con los ojos de Aquél a quien se le conmueven las entrañas solidarizándose con sus hijos más indefensos, nuestros hermanos, los pobres. Además, nos invita a seguir trabajando para hacer de este mundo un lugar mejor y a seguir luchando. Porque la fe cristiana siempre ha sentido la responsabilidad de hacer una lectura creyente de los
acontecimientos en un diálogo profundo con la realidad. Nuestra fe es exigente y radical porque nos pide ver más allá del drama humano. No hay más que ver la historia de Jesús y su desenlace para comprender que vivía buscando el bien de todos.
Los primeros cristianos vivían convencidos de que Jesús había sido resucitado por Dios. Ojalá que cada uno de nosotros, sus discípulos actuales, tengamos la misma convicción que aquellos primeros discípulos; porque si vivimos desde Cristo, un día resucitaremos con Él. Dios, que lo resucitó, también nos resucitará a nosotros por su fuerza. Por eso, en medio de las luchas, los sufrimientos y las dificultades de cada día, pongamos nuestra mirada en el Resucitado para que transforme nuestras vidas, llenándonos de su ternura y amor con el fin de convertirnos en profetas de esperanza para tantos hermanos nuestros que están cayendo en la tristeza y la desesperanza. Dios nos quiere llenos de vida. Esta convicción pascual conduce a luchar contra la resignación y la pasividad. Orienta nuestra libertad hacia todo lo que es vida y ayuda a desplegar las posibilidades que Él mismo ha sembrado en cada uno de nosotros.
Por otro lado, la fiesta de Pascua es una llamada a despertar en nosotros la esperanza cristiana que quiere liberarnos del egoísmo, iluminar nuestra existencia con una luz nueva, y reavivar en nosotros la capacidad de amar y de dar vida.
Por eso, me gustaría subrayar un signo de este tiempo. Tal vez, el signo de esta vida renovada que nos trae Jesús es la alegría. Esa alegría de los discípulos «al ver al Señor» (cf. Jn 20,20). Una alegría que no proviene de la satisfacción de nuestros deseos ni del éxito. Una alegría diferente que nos inunda desde dentro y que tiene su origen en la confianza total en ese Dios que nos ama por encima de todo.
Ojalá que en esta experiencia pascual nazca en cada uno de nosotros una actitud nueva de esperanza frente a todas las adversidades y sufrimientos; una serenidad diferente ante los conflictos y problemas diarios; una paciencia grande con cualquier persona. Porque el Resucitado se hace presente en medio de nosotros y nos ayuda a tomar parte activa en los encuentros y las tareas de la comunidad cristiana, sabiendo con gozo que él pone esperanza en nuestras vidas y nos impulsa con Espíritu a seguir adelante.
Finalmente, reconocer a Jesús resucitado es entender y vivir la vida de forma diferente. Es vislumbrar al Resucitado que en medio de nuestros acontecimientos diarios, que impulsa todo lo que hace brotar la vida y que libera a la humanidad de caer en las muertes cotidianas. Esta es también nuestra misión. Nosotros también hemos sido testigos de la resurrección de Jesús. Por tanto, invitemos a nuestros hermanos a encontrarse con Jesús e impulsemos a nuestra comunidad para que manifieste los brotes de vida y para que siga construyendo un mundo más humano donde reine la paz, la solidaridad y el amor.